"Resulta instructivo dar una mirada a otra campaña terrorista Internacional para derrotar un "desafío exitoso": la guerra terrorista contra Nicaragua. El caso resulta particularmente ilustrativo por el tamaño de las campañas terroristas dirigidas a cambiar el régimen, el papel que cumplieron los actuales gobernantes de Washington en su ejecución y la forma como nos fueron presentadas cuando se llevaron a cabo y, ya en retrospectiva, como se transformaron en el seno de la cultura intelectual. El significado del caso es aún mayor por la poca controversia que despierta, a juzgar por los fallos de las más altas instancias internacionales; o sea, la poca controversia que suscita entre quienes tienen un mínimo de compromiso con los derechos Humanos y la legislación internacional. Hay un modo sencillo de calcular el tamaño de esa categoría: determinar cuán a menudo se discuten o mencionan siquiera estos asuntos elementales en los círculos más respetables de Occidente, y en forma más apremiante desde que se redeclaró la "guerra contra el terror" en s-11. De ese simple ejercicio se pueden sacar algunas conclusiones sobre el futuro, no muy optimistas.
El ataque contra Nicaragua fue una de las prioridades de la guerra contra el terror lanzada cuando la administración Reagan subió al poder en 1981, con la mira puesta más que todo en el "terrorismo auspiciado por el Estado". Nicaragua era un agente especialmente peligroso de ese mal por su cercanía a nuestro país: "un cáncer aquí mismo, en nuestro continente", que en forma abierta renovaba las metas de Mein Kampf, como declaró ante el Congreso el secretario de Estado, George Shultz. Nicaragua estaba armada por la Unión Soviética, que había implantado allí "un centro privilegiado para terroristas y subversivos a sólo dos días" por carretera de Harlingen, Texas, advirtió el presidente; "una daga que apunta al corazón de Texas", parafraseando a un ilustre antecesor suyo. Esta segunda Cuba se iba a convertir en "una plataforma de lanzamiento de la revolución a lo largo y ancho de América Latina, en primer lugar," y luego quién sabe de dónde. "Los comunistas nicaragüenses han amenazado con traer su revolución al propio Estados Unidos". Pronto podremos ver "bases militares soviéticas a las puertas de América", un "desastre estratégico'.
A pesar de las inmensas probabilidades en su contra, el presidente informó con valentía a la prensa: " Me niego a desistir. Recuerdo a un hombre llamado Winston Churchill , que dijo: 'No desistir nunca. Nunca, nunca, nunca'. Así que no lo haremos".
Reagan declaró una emergencia nacional, puesto que "las políticas y acciones del gobierno de Nicaragua constituyen una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos". Cuando explicaba el bombardeo de Libia en 1986, Reagan denunció que ese perro rabioso de Gadafi estaba enviando armas e instructores a Nicaragua "para traer esta guerra aquí, a Estados Unidos", como parte de su campaña por "expulsar a Estados Unidos del mundo". Lo más siniestro era la "revolución SIN fronteras" de Nicaragua, que con frecuencia salía a colación aunque de inmediato se había demostrado que era algo infundado. La fuente fue un discurso del líder sandinista Tomás Borge, donde explicaba que Nicaragua esperaba alcanzar el desarrollo y servir de modelo para otros, que tendrían que recorrer sus propias sendas. La diplomacia pública reaganista transmutó el discurso en un plan de conquista mundial y lo transmitió fielmente a los medios.
Todavía más interesante que las bufonadas de una dirigencia política que buscaba escalar a nuevas cumbres del absurdo y el engaño, es el verdadero contenido del documento sujeto a los manejos del Departamento de Estado. Las palabras de Borge probablemente pudieron sembrar pavor en el corazón de los estrategas reaganistas. Estos entendían muy bien que la verdadera amenaza es un desarrollo exitoso que pueda "contagiar a otros", reavivando el peligro del triturado experimento de democracia y reforma social de Guatemala, el "desafío exitoso" de Cuba y muchos otros ejemplos, hasta llegar a los tiempos en que la revolución de Norteamérica aterrorizaba al Zar y a Metternich. Había que remodelar esa amenaza en términos de agresión y terror para los fines de la diplomacia pública.
En cumplimiento de este cometido el secretario de Estado, Shultz, advertía que "el terrorismo es una guerra contra los ciudadanos ordinarios' Decía esto mientras aviones de Estados Unidos bombardeaban a Libia y mataban docenas de ciudadanos ordinarios. El bombardeo fue el primer ataque terrorista de la historia programado para la televisión de horario estelar, en el momento exacto en que las grandes cadenas abrían sus noticieros vespertinos, hazaña técnica nada despreciable, dadas las dificultades logísticas. Shultz alertó en particular sobre el cáncer de Nicaragua, pregonando: "Tenemos que cercenarlo . Y no con medidas suaves: "Los acuerdos son un eufemismo de la capitulación si la sombra del poder no se cierne sobre la mesa de negociaciones", proclamaba Shultz, condenando a quienes defendían "medios utópicos, legalistas, como la mediación externa, las Naciones Unidas y la Corte Mundial, e ignorando el elemento de poder de la ecuación"
Washington bloqueó rotundamente estas medidas utópicas, empezando por las gestiones de los presidentes centroamericanos para conseguir una paz negociada para la región a comienzos de los años ochenta. Luego procedió a "cercenar el cáncer" con medidas violentas y, lo que no es sorprendente si se considera la distribución de fuerzas, con un éxito arroliador. Thomas Walker, el principal historiador académico sobre el tema de Nicaragua, señala que en pocos años la
guerra terrorista de Washington invirtió el marcado crecimiento económico y el progreso social que siguieron al derrocamiento de la dictadura de Somoza, apoyada por Estados Unidos, y condujo al desastre a la altamente vulnerable economía, de modo que el país logró "el poco envidiable estatus de ser el país más pobre del Hemisferio Occidental" para cuando la administración hubo conquistado todos
sus objetivos. Un componente del triunfo, prosigue Walker, fue una mortandad equivalente a 2,25 millones de víctimas en Estados Unidos, en términos relativos de población. Thomas Carothers, historiador y funcionario del Departamento de Estado de la era Reagan, anota que para Nicaragua la mortalidad "per cápita fue significativamente más alta que el número de estadounidenses muertos en la Guerra Civil y todas las guerras del siglo xx sumadas".
La destrucción de Nicaragua fue una faena de no poca monta. El progreso del país a principios de la década de 1980 fue elogiado por el Banco Mundial y otras agencias internacionales como "notable" y creador de "una base sólida para el desarrollo socioeconómico de largo plazo" (Banco Interamericano de Desarrollo). En el sector de la salud, el país disfrutó de "una de las más espectaculares mejoras en supervivencia infantil del mundo en desarrollo" (Unicef, 1986). El verdadero cáncer que temían los reaganistas era, pues, grave: la "notable" transformación de Nicaragua podía hacer metástasis en una "revolución sin fronteras", como predicaba el discurso remodelado luego con fines propagandísticos. Así, era apenas lógico, desde el punto de vista de Washington, erradicar el "virus" antes de que pudiera "contagiar a otros", que a su vez había que "vacunar" con terror y represión.
Como Cuba, Nicaragua no respondió a la andanada terrorista con bombardeos a Estados Unidos, intentos de asesinato contra la cúpula política y otras medidas similares, que, se nos informa solemnemente, se ajustan a los más excelsos criterios cuando las aplican nuestros líderes. En cambio, buscó amparo ante la Corte Mundial. A la cabeza de su equipo legal estaba el distinguido profesor de Derecho de Harvard Abram Chayes. En la creencia de que Estados Unidos acataría el fallo de un tribunal, el equipo preparó un alegato muy concreto, restringido a actos terroristas que casi ni precisaban argumentación porque ya los admitía la otra parte: el minado de los puertos de Nicaragua, en particular.
En 1986 la Corte falló a favor de Nicaragua, desestimando los alegatos estadounidenses y condenando a Washington por el "uso ilegal de fuerza"; o terrorismo internacional, en términos profanos. El fallo del tribunal fue más allá del reclamo concreto de Nicaragua. Reiterando más enérgicamente resoluciones anteriores, la Corte declaró "prohibida" toda forma de intervención que interfiriese con el derecho soberano de "elección de un sistema político, económico, social y cultural, y la formulación de políticas": la intervención es "ilegítima cuando emplea métodos de coerción sobre estas opciones".
La sentencia se aplica a muchos otros casos. La Corte, asimismo, definió explícitamente la "ayuda humanitaria", declarando que toda ayuda estadounidense a los Contras era militar en sentido estricto y por lo tanto ilegal. También dictaminó que la guerra económica de Estados Unidos entraba en violación de tratados vigentes y era, en fin, ilícita.
La decisión tuvo pocos efectos perceptibles. La Corte Mundial fue tachada de "foro hostil" por los editorialistas de The New York Times; e irrelevante, por consiguiente, como la O N U . Juristas connotados por su defensa del ordenamiento mundial rechazaron el fallo con el argumento de que Estados Unidos "necesita la libertad de defender la libertad" (Thomas Franck), tal como hacía al arrasar a Nicaragua y gran parte de América Central. Otros acusaron a la Corte de tener "estrechos vínculos con la Unión Soviética" (Robert Leiden, The Washington Post), censura indigna de una refutación.
La posterior ayuda a los contras se siguió describiendo uniformemente como "humanitaria", en violación de la sentencia explícita de la Corte. El Congreso aprobó de inmediato una adición de cien millones de dólares para intensificar lo que la Corte había llamado "uso ilegal de fuerza". Washington continuó socavando estos "medios utópicos y legalistas" hasta que al fin logró sus objetivos mediante la violencia.
La Corte Mundial ordenó, además, a Estados Unidos el pago de indemnizaciones, y Nicaragua buscó un valor estimativo bajo supervisión internacional. Los cálculos oscilaban entre los diecisiete y los dieciocho mil millones de dólares. Desde luego, el pedido de compensaciones fue tildado de ridículo, aunque, por si acaso, cuando Estados Unidos recobró el control, presionó arduamente al gobierno de Nicaragua para que abandonara todo reclamo de las indemnizaciones prescritas por la Corte.
Curiosamente, la cifra de diecisiete mil millones de dólares es la cantidad pagada por Iraq a compañías y personas naturales en compensación por la invasión de Kuwait. El número de muertos en la conquista iraquí de Kuwait parece ser del orden del de la invasión estadounidense a Panamá unos meses antes (entre cientos y miles, según diversos cálculos), una fracción apenas de las muertes en Nicaragua y acaso el 5 por ciento de los muertos en la invasión israelí al Líbano apoyada por Estados Unidos en 1982. En tales casos no se piensa, por supuesto, en indemnizaciones.
Tras el desacato estadounidense de las órdenes de la Corte Mundial, Nicaragua, absteniéndose todo el tiempo de la retaliación violenta o la amenaza del terror, llevó su caso ante el Consejo de Seguridad, que corroboró el fallo de la Corte y pidió a todos los países que respetaran el derecho internacional. Estados Unidos vetó la
resolución. Nicaragua acudió entonces a la Asamblea General, que aprobó una resolución del mismo tenor, con la sola oposición de Estados Unidos, Israel y El Salvador: y otra el año siguiente, sólo con Estados Unidos e Israel en contra. Poco de esto fue noticia siquiera y el asunto se esfumó para la historia."
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"En un país, Nicaragua, Washington había perdido el control de las fuerzas armadas que venían subyugando a su población, otro amargo legado del idealismo wilsoniano. Los rebeldes sandinistas derrocaron la dictadura de Somoza, apoyada por Estados Unidos, y disolvieron la sanguinaria Guardia Nacional. Fue necesario, por lo tanto, someter a Nicaragua a una campaña de terrorismo internacional que dejó al país en ruinas. Hasta los efectos psicológicos de la guerra terrorista de Washington son graves. El espíritu de regocijo, vitalidad y optimismo que siguió al derrocamiento de la dictadura no pervivió mucho tiempo después de que la superpotencia imperante interviniera para frustrar toda esperanza de que una historia siniestra tomara al fin un nuevo rumbo."
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"La doctrina Acheson fue invocada posteriormente por la administración Reagan, del otro lado del espectro político, cuando rechazó la jurisdicción de la Corte Mundial sobre su ataque contra Nicaragua, desatendió la orden del tribunal de poner fin a sus actividades criminales y vetó luego dos resoluciones del Consejo de Seguridad que ratificaban el fallo de la Corte y hacían un llamado a todos los países para que acataran el derecho internacional. El asesor jurídico del Departamento de Estado, Abraham Sofaer, explicó que "no se puede contar con que la mayor parte del mundo comparta nuestro criterio" y que "esta misma mayoría se opone con frecuencia a Estados Unidos en importantes temas internacionales". Por lo tanto, debemos "reservarnos el poder de decidir" qué asuntos "caen dentro de la jurisdicción interna de Estados Unidos"; en este caso, las acciones que la Corte condenó como "uso ilegítimo de la fuerza" contra Nicaragua: en términos profanos, terrorismo internacional."
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"En 1985, el presidente Reagan declaró la emergencia nacional, renovada cada año, debido a que "las políticas y acciones del gobierno de Nicaragua representan una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos".
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"Al cumplirse treinta años de la crisis de los misiles, Cuba protestó por un ataque con ametralladora contra un hotel turístico de propiedad hispano-cubana; un grupo de Miami se atribuyó el golpe. La pista de los atentados con bomba en Cuba en 1997, en los que murió un turista italiano condujo a Miami .Los responsables eran delincuentes salvadoreños que operaban bajo la dirección de Luis (Posada) Carriles y eran financiados desde Miami. Posada, uno de los terroristas internacionales más notorios, había escapado de una cárcel en Venezuela, donde purgaba pena por la voladura del avión cubano con el apoyo de Jorge Mas Canosa, un hombre de negocios de Miami que presidía la (exenta de impuestos) Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA). Posada viajó de Venezuela a El Salvador, donde obtuvo trabajo en la base aérea de Ilopango ayudando a organizar ataques terroristas de Estados Unidos contra Nicaragua, bajo la dirección de Oliver North ."
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"(...)una marejada sísmica arrasó varias aldeas pesqueras de Nicaragua en septiembre de 1992, dejando cientos de muertos y desaparecidos. En esta ocasión se hizo un espectáculo de ayuda, pero oculto en la letra menuda estaba el hecho de que, fuera de una impresionante donación de 25 000 dólares, el resto sería descontado de partidas de asistencia que ya estaban programadas. Se prometió al Congreso, sin embargo, que ese mísero auxilio no afectaría la suspensión que la administración había hecho de más de cien millones de dólares de ayuda al protegido gobierno de Nicaragua, en vista de que no había mostrado suficiente sumisión."
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"El terrorismo internacional de Reagan y Bush en Nicaragua y otras partes no existe, o como mucho se le achaca al descuido o algún otro desvío comprensible de la misión que la Divina Providencia confió a los líderes del "nuevo mundo idealista resuelto a acabar con la inhumanidad". Y la persistencia de procedimientos comunes de operación después de la Guerra Fría tampoco ocurrió o no tiene importancia. Prevalece un principio capital: las fechorías las cometen los otros; nosotros somos culpables únicamente de error involuntario o de omisión."
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